La Babilla y la Garza

A la charca de Guarinocito llegó una babilla joven llamada Vivorix. Sofocada por el calor, añoraba un chapuzón y pasar la tarde junto a Patri, su gran amiga, la garza más aventurera y temeraria de todo el combo.

No siempre fueron cercanas. Mucho tiempo le tomó a Patri olvidar aquel terrible domingo en el río Magdalena. Cómo tuvo que esconderse detrás de mamá Garza, temblorosa, paralizada, al advertir por primera vez en su vida los filosos dientes, la prominente mandíbula, los coletazos y revolcones de Vivorix y su familia en medio de la corriente.

Superado el miedo inicial forjaron amistad y empezaron a divertirse a lo grande. Esta vez, en la charca de Guarinocito, no fue la excepción. Se hicieron compañía, aunque cada una tenía su propia fuente de entretenimiento. Vivorix jugó escondite con Bocachico, a quien vio entre la vegetación acuática, agotado y flaco como estaba después de la subienda. Entre salto y salto Vivorix terminó por lanzarse tras la desafiante Mueluda, que apuró el nado y casi no se deja atrapar; espléndido banquete se dio con Mojarra nuestra joven babilla que, finalmente, adormilada por tanta actividad, no pudo sino sacar panza y caer rendida a recibir un baño de sol.

Entre tanto Patri dio vueltas por los aires, cogiendo impulso desde las ramas de guácimos y samanes, hasta que de repente soltó un escandaloso graznido que retumbó en toda la charca. Vivorix pegó un brinco y asustado le preguntó:

 

—¿Qué te pasa?

—A mí, nada —respondió Patri, todavía exaltada—. Pero acabo de ver a una turista feliz de la vida tirando basura.

 

En efecto, una joven luego de terminar su guarapo había arrojado el vaso de plástico fuera de la canoa, arrugando con la otra mano un paquete de galletas que ya se temía dónde iría a parar.

 

—¡Hay que hacer algo! —dijo Vivorix.

—Yo la distraigo y luego vas tú—propuso Patri y voló hasta posarse en uno de los bancos de la canoa, estirando el cuello con elegancia para llamar la atención.

 

Aquella turista no podía creer que un ave se le hubiera acercado tanto. Asombrada, observó el plumaje blanco, erizado y brillante a la luz del sol. Detuvo su mirada ya en las patas largas, ya en la figura esbelta, y sacó el celular lo más lento que pudo para tomar unas cuantas fotos. Tan maravillada estaba, tan concentrada en capturar el mejor ángulo, que ni siquiera notó las escamas que se aproximaban. El hocico y los ojos que surgieron de las aguas mansas.

Todo pasó muy rápido. Vivorix tomó impulso y chocó con la canoa, volteándola para propinarle a la turista un gran susto y un tremendo sacudón.

 

Haz en casa ajena lo que quieres que hagan en la tuya. Esta fábula nos enseña a cuidar la naturaleza de la que hacemos parte, a respetar y dejar los lugares que visitamos tal como los encontramos, pues son el hogar de humanos y de muchos otros seres vivos.

En la historia se hace referencia a la charca de Guarinocito. Allí van pescadores a tirar su atarraya; familias a pasar una tarde soleada; niños y niñas a nadar cerca, en la piscina de agua natural. Es el alma del corregimiento y un lugar muy importante para los doradenses y los habitantes de la zona.

*Este es un producto de ficción basado en talleres cocreativos del proyecto Magdalena Caldense: patrimonio biocultural. Una historia que nació en un taller con niños y niñas del corregimiento de Guarinocito, del municipio de La Dorada.

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