Entre el aroma húmedo de los cafetales en las alturas del Eje Cafetero y el latido azul del Caribe, corre un hilo invisible que une montaña y mar. Juan Camilo Henao-Rojas, investigador de Agrosavia y Jorge Arboleda, docente e investigador de la Universidad de Manizales bucean entre esponjas y corales, descifrando secretos que llevan millones de años guardados y que podrían cambiar la forma en que cultivamos la tierra. La ciencia, aquí, se convierte en puente y en brújula, al recordar que todo está conectado.
En las profundidades de la Reserva de la Biósfera Seaflower, un paraíso marino de 180.000 km² —equivalente a aproximadamente 315 veces el área de Manizales— y declarada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, los investigadores recolectan esponjas con cuidado milimétrico. Este ecosistema, que alberga la tercera barrera coralina más extensa del planeta y más del 75% de los arrecifes someros de Colombia, actúa como un laboratorio vivo para la ciencia y la innovación.
Cada fragmento de esponja recolectado es transportado a laboratorios móviles en el archipiélago, donde se analiza su ADN y se estudian sus metabolitos. El objetivo es ambicioso: identificar compuestos con potencial para transformarse en biopesticidas orgánicos que protejan cultivos como el cacao y el caucho en regiones tan lejanas como el Caquetá.
El proyecto SeaFlower Wise nació de la unión entre distintas áreas del conocimiento, con la intención de tender un puente entre las experiencias andinas y marinas para impulsar soluciones sostenibles. Su desarrollo se proyecta hasta diciembre de 2026. Jorge Arboleda, agrónomo de profesión y director científico del proyecto, destaca la importancia de esta articulación: la Universidad de Manizales, con experiencia en modelos bioeconómicos en la región andina —con iniciativas como el proyecto Biofábricas—, ahora aplica ese conocimiento para diseñar estrategias sostenibles en un ecosistema insular. Su formación en agronomía le permite interpretar los metabolitos de esponjas y corales y trasladar ese conocimiento a la producción agrícola, creando un puente entre la biología marina y la innovación en el agro.
Por su parte, Juan Camilo Henao-Rojas, investigador de Agrosavia y doctorando en Ciencias Alimentarias y Farmacéuticas de la Universidad de Antioquia, explica que esto que hacen, la bioprospección, es mucho más que un ejercicio científico convencional: abarca servicios ecosistémicos, bioproductos, energía y turismo de naturaleza. Para él, montaña y mar forman un mismo sistema interconectado, donde la vida humana y la naturaleza se entrelazan y cada acción tiene un impacto sobre la biodiversidad y las comunidades.
La Expedición Científica SeaFlower Wise 2025 (ECSW2025), hizo parte de las actividades contempladas en el proyecto SeaFlower Wise, una iniciativa que une distintos campos del conocimiento para conectar experiencias andinas y marinas en la búsqueda de soluciones sostenibles. Realizada entre el 1 y el 21 de septiembre de 2025, reunió a 80 expedicionarios y 45 instituciones aliadas, quienes llevaron a cabo más de 400 inmersiones para estudiar la biodiversidad marina.
Mientras los investigadores exploraban los arrecifes y recolectaban esponjas, los niños y jóvenes de San Andrés participaron en talleres donde dibujaron su “reserva soñada”, imaginando un futuro en el que ciencia, comunidad y naturaleza conviven en armonía. María del Pilar Marín, estudiante del Doctorado en Desarrollo Sostenible de la Universidad de Manizales y participante del proyecto, explica que estos ejercicios permiten comprender la conexión entre las personas y el ecosistema: cuando los jóvenes integran la naturaleza con los espacios urbanos, muestran que los seres humanos forman parte del sistema natural. Para ella, la sostenibilidad debe abordarse desde la justicia social y la gobernanza, no solo desde la protección ambiental.
En SeaFlower Wise, investigadores junto a biólogos marinos como Alejandro Reyes, estudian las esponjas marinas, algunos de los animales más antiguos del planeta, por su enorme potencial para la agricultura y la conservación. Estos organismos, habitantes silenciosos de los arrecifes, permanecen fijos a una superficie y han desarrollado, a lo largo de millones de años, un arsenal químico natural que les permite competir por espacio y nutrientes y defenderse de depredadores y parásitos. Cada especie produce cientos de metabolitos únicos, muchos de los cuales aún esperan ser descubiertos por la ciencia.
Los investigadores han identificado en estos compuestos posibilidades para crear biopesticidas orgánicos, biodegradables y sostenibles, que podrían reemplazar los productos químicos dañinos que hoy se usan en cultivos como cacao y caucho. Además, algunos metabolitos también presentan actividad insecticida, fungicida y antimicrobiana, lo que abre oportunidades para el tratamiento de aguas y la protección de ecosistemas vulnerables.
Cada esponja recolectada en la Reserva de Biósfera SeaFlower se analiza con detalle, se buscan moléculas que puedan transformarse en herramientas sostenibles capaces de mejorar la producción agropecuaria sin dañar el medio ambiente.
El proyecto también apuesta por la innovación en la gestión de la biodiversidad a través de créditos, mecanismos que financian la restauración y conservación de la reserva mientras generan incentivos para las comunidades locales. De manera paralela, la tecnología se convierte en una aliada clave: el uso de inteligencia artificial y ADN ambiental permite monitorear especies de manera precisa, esto se da a través de programas de conservación de especies emblemáticas como las tortugas marinas, en estrecha colaboración con la Armada Nacional.
El teniente coronel Moisés David Palerm Orozco es el autor del proyecto medioambiental más destacado dentro del Ministerio de Defensa: el Santuario Azul de las Tortugas Marinas, una iniciativa enfocada en la conservación de especies marinas en peligro. Desde el 2024, este proyecto busca garantizar la supervivencia de tres especies amenazadas, entre ellas la tortuga carey y la tortuga verde.
Durante el desarrollo de la expedición, Palerm asegura sentirse “supremamente satisfecho al ver a las personas de la Universidad de Manizales y a otros participantes del interior del país buceando, investigando y dando lo mejor de sí”. Además, el oficial destaca el valor geoestratégico del país al afirmar que “Colombia es el único país de Suramérica con acceso a dos océanos, y más del 80% de las mercancías que llegan al país lo hacen por mar”. Para él, esta realidad subraya la importancia del mar no solo como ruta de comercio, sino como parte esencial de la identidad nacional.
El arte, a su vez, emerge como un puente entre ciencia y comunidad. Jeila Cantillo Ujueta, joven artista raizal y estudiante de Biología, recopiló los dibujos hechos por los participantes de los talleres y los transformó en una obra colectiva que simboliza la reserva soñada. Este ejercicio no solo reflejó el pensamiento y los deseos de los habitantes de San Andrés, sino que también permitió a los investigadores interpretar cómo la comunidad percibe la relación entre los ecosistemas marinos y los espacios urbanos.
Para el investigador Arboleda, la sostenibilidad trasciende el cuidado ambiental y debe implicar la construcción de redes sólidas que conecten academia, comunidad, gobierno y sector privado. Solo así, explica, las soluciones pueden ser realmente sostenibles y adaptadas a la realidad local. En esa misma línea, Carolina Zuluaga —líder del componente de articulación entre ciencia y comunidad del proyecto— resalta la importancia de incluir a las personas en los procesos científicos para que se sientan parte de la transformación de su territorio.
Desde esta misma perspectiva, María del Pilar Marín, estudiante del doctorado en Desarrollo Sostenible, enfatiza que la conservación no puede separarse de la justicia social. Señala que muchas personas vulnerables recurren a recursos naturales —como los huevos de tortuga— para subsistir, por lo que es imprescindible que cualquier estrategia de protección ambiental también considere las necesidades y condiciones de la comunidad. Para ellos, la sostenibilidad efectiva surge del equilibrio entre la ciencia, la gobernanza y la vida cotidiana de las personas.
La experiencia en SeaFlower Wise permite a los investigadores ampliar su comprensión sobre la relación entre los ecosistemas andinos y marinos. María del Pilar Marín reconoce que, hasta entonces, asociaba la conservación principalmente con bosques y ríos, pero participar en la expedición le mostró que los océanos cumplen un papel fundamental en la captura de CO₂ y la regulación del calentamiento global. Este aprendizaje amplía la visión sobre sostenibilidad, entendida como la interacción de distintos ecosistemas. Juan Camilo Henao complementa esta reflexión, señalando que montaña y mar forman un sistema interconectado donde cada acción humana repercute en la biodiversidad y en la vida de las comunidades. Proteger un ecosistema sin comprender su relación con el otro limita la capacidad de generar un impacto real y sostenible.
El proyecto ha comenzado a mostrar frutos palpables: 14 subproyectos ya cuentan con financiamiento, se identificaron 205 especies de peces en apenas 13 días, recolección de más de 200 muestras biológicas de corales, esponjas, pastos marinos, peces y microorganismos asociados. Asimismo, los programas de conservación de tortugas han ganado fuerza. Toda esta experiencia y sus resultados completos se conocerán en diciembre, cuando se revelen los descubrimientos que surgieron entre arrecifes, laboratorios y comunidades.
SeaFlower Wise es un hito en la forma de hacer ciencia. Nació del encuentro entre saberes académicos y comunitarios para poner el conocimiento al servicio del desarrollo sostenible. Aquí la ciencia se vive con asombro, trabajo en equipo y una mirada humana que pone el ser antes que lo técnico.Con más de 45 instituciones articuladas, SeaFlower Wise impulsa la conservación, restauración y desarrollo sostenible de la Reserva de la Biósfera SeaFlower, uno de los territorios más valiosos del Caribe colombiano.
Para María del Pilar, el aprendizaje más profundo va más allá de los números: invita a repensar la relación entre el ser humano y la naturaleza, y a entender que trabajar de la mano con los ecosistemas y respetar su capacidad de regeneración es la única manera de avanzar.
Revista de comunicación científica de la Universidad de Manizales adscrita a la Dirección de Investigación y Posgrados.
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