Entre la psiquiatría y la epidemiología, la vida de Luisa Fernanda Cardona
Manuela Buitrago
Tiene 25 años, es especialista en epidemiología de la Universidad de Caldas y actualmente adelanta la especialización en Psiquiatría General en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Es perfeccionista, a tal punto de eliminar los mensajes y volverlos a escribir por alguna falla ortográfica o gramatical. Su tez es trigueña, tiene ojos oscuros y lleva su cabello crespo hasta los hombros. Adorna su rostro con unas gafas cafés de marco ovalado, gracias a las cuales ha podido conocer el realismo mágico de la mano de Gabriel García Márquez, su autor de cuarentena, según comenta. Es una mujer reservada, responsable y sencilla, disfruta de un buen libro, una buena compañía y el paisaje cafetero. Pero su pasión es la salud mental. Desde el colegio buscó entender el comportamiento humano.
“Desde que tuve el primer contacto con la salud mental, me di cuenta de que quería ser parte de ese equipo encargado de ayudar a entender el sufrimiento humano”, afirma Luisa Fernanda Cardona.
Cuando cursaba cuarto semestre de psicología en la Universidad de Manizales empezó a enamorarse de la psiquiatría: quería comprender el dolor humano y los problemas de la conciencia para mejorar la calidad de vida de las personas y en especial de aquellas con patologías mentales. El psiquiatra de niños y adolescentes, Felipe Agudelo Hernández, fue su tutor en investigación, la guió por la psiquiatría comunitaria en sus últimos semestres de pregrado, lo que incentivó su interés hacia este campo de estudio.
El motor de la salud mental
Luisa encontró en dos de sus docentes un espacio para entender la relación entre la salud mental de los padres y los hijos. Con Felipe Agudelo y Adonilso Julio de la Rosa, ambos psiquiatras de niños y adolescentes, desarrolló un proyecto ejecutado con el apoyo de la Secretaría de Educación, la de Salud y la Universidad de Manizales (UM), la cual financió la plaza de investigación y proporcionó el talento humano para formar el equipo de intervención: psicólogos, médicos, psiquiatras, trabajadores sociales, enfermeras y el grupo de neuropsicología. Se aplicaron 1.500 cuestionarios de tamización a niños y adolescentes de 32 colegios públicos urbanos y rurales de la ciudad, con el fin de detectar signos o síntomas de riesgo psicosocial según edad y género.
“Encontramos que el 50% de los niños y adolescentes tienen riesgo de psicopatología y que de ellos el 30% tenían padres con síntomas depresivos”, afirma Luisa.
Entre las pesquisas estaba la búsqueda de factores asociados a cualquier riesgo de la salud mental. Preguntaban sobre comportamiento infantil, sentimientos de los padres, entre otras variables.
Uno de los instrumentos, llamado CBCL, evalúa principalmente la internalización, es decir, la parte afectiva: ansiedad, depresión, aislamiento y quejas somáticas (se refieren a la dificultad de los niños para expresar sus dolencias internas, que entonces las exteriorizan con el cuerpo). Y externalización, que evalúa inatención, alteraciones en el pensamiento y comportamiento agresivo o delictivo. Cualquier alteración encima de lo esperado para la edad y el género, ya significa riesgo. De 132 niños, 76 presentaban afecciones mentales como trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), episodio depresivo moderado, trastorno bipolar, trastornos de ansiedad y consumo de sustancias psicoactivas.
“El contacto fue muy interesante, los niños y adolescentes, a pesar de lo inesperado del encuentro, necesitaban y pedían ayuda; muchos llevaban a su madre deprimida a consulta y aceptaban continuar seguimiento por algún miembro del equipo o iniciar procesos psicoterapéuticos. Tuvimos casos muy difíciles, como cuando detectábamos que el niño era inatento e irritable por causa del hambre, que él era insoportable porque nadie le había demostrado que el mundo era un lugar seguro. Pensaban que era mejor morirse que seguir viviendo con su agresor… Ellos me dieron la motivación para querer estudiar y dedicarme toda la vida a proyectos como este”, comenta Luisa.
Uno de esos casos que la marcó fue el de un niño de 11 años que estaba tan desnutrido que se le partieron los dientes. Vivía en una casa construida por sus cuidadores sin las condiciones adecuadas y cuando lo conocieron llevaban seis meses sin agua. Él estaba bajo el cuidado de la abuela, y su padre, que consumía múltiples sustancias, no hacía nada más que agredirlo físicamente. De castigo lo metían boca abajo en un recipiente con agua helada.
Cuando inició el proceso, su abuela manifestaba que a él no se lo aguantaba nadie y que lo quería regalar. Ella le decía en repetidas ocasiones que nadie lo quería, que la mamá -quien lo abandonó- intentó abortarlo tres veces, y que incluso, se lo pasaron a tres familiares a ver si podían librarse de su crianza. El equipo diagnosticó una depresión en su acudiente, razón que desencadenaba el maltrato hacia el niño. Sin embargo, él temía que su abuela lo abandonara.
Lograron transformar la situación al enterarse de que el menor hacía un modelo de estrellas de navidad que le enseñó alguna vez una profesora, así que comenzaron a fabricar estrellas dos veces por semana, mientras paralelamente se hacían consultas con el psiquiatra. Hicieron 400 estrellas que les encargaron para los regalos de navidad de la Alcaldía de la ciudad. Él, un niño altamente golpeado tanto física como emocional y mentalmente, le enseñó, en compañía de su abuela, a cada padre de familia y a cada menor del barrio cómo hacerlas. “Fue muy bonito ver cómo trabajaban ambos sin gritos ni agresiones. Según la abuela, el proyecto le ayudó a mejorar la relación con su nieto, así como a enseñarle al joven cómo manejar su rabia”.
Luisa, a través de la pantalla, demostró hasta el último momento de nuestras conversaciones su amabilidad, a pesar de sus ocupaciones en Bogotá, ciudad donde actualmente reside con su novio mientras termina la especialización. Desde el colegio fue una estudiante destacada, y gracias a su desempeño alcanzó varios diplomas de excelencia, y, sin duda alguna, su amor por la investigación surgió también en esta etapa de su vida, al participar en cada feria de la ciencia de la Institución Educativa Nuestra Señora del Rosario -sin obtener ningún premio-. Sumado a esto realizó una campaña sobre trastornos de alimentación que organizó desde grado quinto hasta once.
Para ella, la psiquiatría es la más humana de todas las especialidades médicas, ya que está basada en la comunicación, la empatía y la calidad humana, además de facilitar el cambio de vida a individuos, familias y comunidades. “Pienso que la psiquiatría busca preservar la salud mental, identificar los problemas antes de que se conviertan en trastornos, intervenir en caso de desadaptación, disminuir el estigma, trabajar en equipo”. Su amor por conocer los territorios y las comunidades, especialmente las de la ruralidad caldense, la motivaron a especializarse en Epidemiología en la Universidad de Caldas, un gusto que combina con la psiquiatría, razón por la cual también decidió especializarse en esta materia en la Pontificia Universidad Javeriana.
Su foco está ahora en conocer más profundamente las poblaciones que quiere ayudar: sus dolores, alegrías y retos. Anhela trabajar con comunidades campesinas del departamento de Caldas y así impactar zonas que han sido olvidadas por áreas investigativas, y más aún, por la psiquiatría.