¿Qué nos queda?: el cuidado ambiental. Una mirada de expertos de Caldas a la crisis climática

 ¿Qué nos queda?: el cuidado ambiental. Una mirada de expertos de Caldas a la crisis climática

Por: Juanita Hincapié

¿Qué podemos aprender de la tragedia ambiental que dio inicio al año? ¿Además de los incendios y los daños ecológicos, cuáles son los impactos sociales a largo plazo?

Enero y febrero se vieron marcados por incendios forestales y una emergencia climática nacional. A pesar de las lluvias transitorias que ayudaron a reducir el estrés térmico de la cobertura vegetal, los riesgos siguen presentes, el fenómeno de El Niño está activo. De hecho, continuará hasta el mes de abril, según el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), y de ahí se prevé que empezará a transitar hacia una fase neutra. 

Si a lo anterior sumamos la temporada seca y el calentamiento global (venimos de romper el récord en temperatura en 2023, el año más caluroso jamás registrado), tenemos un cóctel de factores al que es urgente prestar atención. Más aún, teniendo en cuenta que no es el primer Niño ni el último que viviremos, que afecta principalmente a Colombia y a otros países de América Latina y el Caribe, y que los expertos vaticinan un aumento de fenómenos extremos en el futuro debido al cambio climático.

De ahí el llamado a aumentar la percepción de riesgo para tomar decisiones informadas y entender este panorama para convertirnos en sociedades más resilientes. Los impactos sociales son diversos y cambian de acuerdo con las condiciones particulares de cada territorio. Pero se puede considerar que los temas relacionados con alimentos y agua son fundamentales ya que soportan las actividades humanas y, sobre todo, la vida.

Seguridad alimentaria

“Hay riesgos ambientales que tienen que ver con los medios de subsistencia y los sectores productivos. La producción agrícola se va a ver afectada por la sequía y por las altas temperaturas. Si vamos a hacer riego, ¿cuánto le cuesta al campesino?, ¿cuánta agua necesita para producir, cuando también los caudales están bajando?”, dice Irma Soto Vallejo, decana de la Facultad de Ciencias Contables, Económicas y Administrativas de la Universidad de Manizales y magíster en Ciencias Económicas, con estudios doctorales.

Por su parte, Luis Alberto Vargas Marín, doctor en Desarrollo Sostenible, director del Centro de Investigaciones en Medio Ambiente y Desarrollo (Cimad) y director de la maestría en Desarrollo Sostenible y Medio Ambiente de la Universidad de Manizales, comenta: “Yo creo que la pandemia nos demostró claramente que no teníamos tanta seguridad alimentaria, que, siendo un país con vocación agrícola, nos vimos muy dependientes del sector externo. Tendríamos que empezar a planificar ante estos eventos del Niño, y otros que vendrán, cómo prevenir y qué hacer ante una situación de escasez de alimentos”. Y agrega: “Yo sé que el modelo económico conduce a otras racionalidades de rentabilidad, de utilidad, pero hay que pensar un poco más en el territorio”.

Irma Soto Vallejo, decana de la Facultad de Ciencias Contables, Económicas y Administrativas de la Universidad de Manizales y magíster en Ciencias Económicas, con estudios doctorales.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), los cultivos, la ganadería, los bosques, la pesca y la acuicultura absorben el 26 % del total de los daños y pérdidas directas ocasionadas por este tipo de eventos, y hasta el 82% en el caso de las sequías. Esto es importante si se tiene en cuenta que estamos en una región donde más del 85% de la agricultura se sustenta en el agua de lluvia (Más aquí).

El Ministerio de Salud y Protección Social, en la Circular Externa No 002 de 2024, advirtió que El Niño en el territorio nacional favorece la morbilidad de enfermedades transmitidas por vectores (como dengue, malaria y chikunguña), enfermedades relacionadas con el agua y transmitidas por alimentos, riesgo de desnutrición e infecciones respiratorias agudas, entre otras. 

Agua

Los niveles del río Magdalena son bajos. Continúan alertas en lugares como Casanare y el sur del Atlántico por amenazas de desabastecimiento de agua potable. Incluso en algunas veredas de Aranzazu, Caldas, ya hay desabastecimiento.

El estrés hídrico, no en estos contextos particulares sino en uno más general, puede impactar desde los acueductos y los embalses que generan energía eléctrica hasta las actividades cotidianas que suceden en la universidad, en la empresa, en el comercio, en la vivienda.

El tema del agua tiene que ver con la biocapacidad, es decir, con la oferta natural que tienen los territorios para soportar las actividades que se dan en el mismo, explica Vargas Marín. Y hace hincapié en que es necesario revisar también la presión que se ejerce sobre este bien común.

“Por ejemplo, donde estamos, en la cuenca del río Chinchiná, hay mucha presión por todo el sector industrial, constructor, agrícola, minero y por nosotros desde las viviendas. Los mismos vertimientos que arrojamos allí generan una problemática más compleja. Aunque se está haciendo una gestión interesante”.

A este caso se suman los escenarios que describe Soto Vallejo: municipios de Caldas con racionamiento de agua de una hora al día. Y la incógnita que surge frente a la extinción del glaciar del Nevado del Ruiz, efecto irreversible del cambio climático. “¿Cuál será la despensa hídrica de Manizales y otros municipios de Caldas, Tolima y Risaralda? ¿Vamos a depender solo del agua de lluvia? Y miremos ante un evento del fenómeno de El Niño qué pasaría”, expresa Vargas Marín.

Solo nos queda el cuidado

En cuanto a las acciones adecuadas para mitigar las posibles afectaciones, depende del contexto. Lo que está claro, según los expertos consultados por Eureka, es que resulta clave pasar de un sistema reactivo a uno de prevención, adaptación y cuidado del otro.

En este sentido, son muchas las medidas, como las alertas tempranas o la preparación ante eventos ya pronosticados: el fenómeno de El Niño no llegó de repente. Allí adquiere relevancia el fortalecimiento del diálogo entre actores para la gestión conjunta del patrimonio, en palabras de Soto Vallejo, que a su vez retoma de la Carta Encíclica Laudato Si´, de nuestra casa común.

Esta gobernanza eficiente, activa y aplicada requiere que cada sector cumpla su papel: las universidades, desde la educación y la investigación; los entes gubernamentales, desde el control, la ordenación, su capacidad de convocar a los demás sectores y la aprobación de leyes que den un espacio de actuación apropiado en términos medioambientales; los medios de comunicación, para la difusión oportuna de la información; el sector productivo, con una producción limpia que contemple como base a la naturaleza; las organizaciones y la sociedad civil, desde el trabajo comunitario y el conocimiento de su propio territorio y sus vulnerabilidades.

Frente a estos últimos actores, agrega Soto Vallejo: “Son fundamentales en la gestión del riesgo. Tenemos, por ejemplo, la Red Nacional de Acueductos Comunitarios (el acueducto comunitario organiza a la gente en sociedad y están protegiendo el agua), la Red Nacional de Jóvenes de Ambiente, las redes de guardabosques. Y aquí en Caldas están operando bien esos escenarios”.

Como afirma Vargas Marín: “Hay que empezar a lograr una coexistencia, una coevolución entre lo natural y lo socioeconómico, es la única forma”.

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