Una investigación “con” los pueblos y no “en” los pueblos
- Sociedad
- Fecha: 19 septiembre, 2024
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Por: Juanita Hincapié Mejía
Historias de la gente del agua. Experiencias de la investigación “Creación de un instrumento de salud mental pediátrica en indígenas: un diseño participativo”.
“Los Embera Dobidá vivimos a la orilla del río. Uno siempre mantiene en el agua, es la costumbre desde que nacimos”, dice Jaramillo Mecha Chamorro, gobernador de la comunidad Embera Dobidá de Caucamorro (2022 – 2023), mientras conversamos junto a la parroquia Santa Bárbara en una plaza de Anserma.
El calor de la mañana es sofocante, se estanca en el cemento, entre los árboles; sin embargo, no debe ser nada en comparación con el de la tierra en que nació Jaramillo: el asentamiento de su comunidad se encuentra en Anserma, pero esas 158 personas son de Chocó.
“Llevamos varios años en la tierra seca. Vinimos por la violencia”, cuenta Mecha Chamorro mientras su pareja, sentada al lado, en un peldaño de las escaleras, sigue en silencio el hilo de una conversación que se sobrepone a las campanadas del templo y al ruido de las motos, que fluye mientas se nombran la tierra seca y el río y entonces uno entiende, o cree entender, por qué se autodenominan “gente de agua”. Varios caminos e historias de esta comunidad Embera Dobidá -desplazada desde el Alto Baudó a raíz del conflicto armado- nacen, desembocan, regresan una y otra vez al agua.
El río que debieron abandonar hace seis años, el Baudó, se encuentra entre valles estrechos que se amplían hasta formar vegas inundables, rebosantes de palmas, plantas acuáticas, juncos y caña brava. En este cuerpo de agua nadan pargos, corvinas, sierras, peladas, gualajos, buriques, pejegallos, jureles y barbetas. Se pescan guacucos, corronchos, sabaletas y mojarras.
Es la abundancia en su despliegue de formas, cobijadas por el calor y la humedad. Fue la relación entre un lugar y una población unidas por generaciones, formando parte de una delicada red de vida. Pero los Embera Dobidá tuvieron que irse lejos y se interrumpió el vínculo; Una pregunta dolorosa en Colombia apareció ante ellos: ¿de quién es la tierra?, y con ella, preocupaciones nuevas —o en todo caso muy recientes— que tienen que ver, entre otras cosas, con ordenamiento territorial, permisos de uso del suelo, seguridad alimentaria, pérdida de rituales tradicionales, desarmonías espirituales en niños y jóvenes, conductas suicidas.
Varios caminos e historias de esta comunidad Embera Dobidá -desplazada desde el Alto Baudó a raíz del conflicto armado- nacen, desembocan, regresan una y otra vez al agua.
Cuando Felipe Agudelo Hernández conoció el asentamiento de Caucamorro no vio nada de enfermedad mental. Lo había llamado la Dirección Territorial de Salud por una inquietud creciente respaldada en el hecho de que, tan solo en 2022, reportaron siete suicidios en jóvenes de la comunidad. Él viajó, apoyado en su experiencia como psiquiatra, para conversar y entender el porqué.
Distintas lenguas maternas —embera y español— dificultaban la comunicación con otras personas que no fueran el etnoeducador y el gobernador, quienes dominaban ambas. Pero a medida que se sucedían las visitas, poco a poco, a ritmo lento, fueron apareciendo las historias. Con el paso de los días crecía la cercanía, caminaban entre los cultivos de maíz, fríjol y yuca, y entonces niños y jóvenes se acercaban a Agudelo y contaban historias sobre el río que ahora tienen cerca (a una hora a pie desde el asentamiento). “Nos hace falta el agua, para los pescados, pero también para no enfermar, para que los niños jueguen, para purificar. El agua del río Cauca está sucia, tiene arena, pero no animales. No es un río nuestro”.
Mientras caminaban alrededor de sus casas, estructuras de esterilla cubiertas con lona blanca, hablaron de cómo se les dificultaba expresarse, de gatos rondando los techos, perros que aparecían muertos y energías extrañas en la cancha de fútbol en la que ya no quisieron jugar más. Contaron también que buscaron a los médicos occidentales para que les ayudaran con estos problemas y que recibieron la misma respuesta una y otra vez: “No tienen nada. Están bien”.
Fue entonces en la acción de caminar juntos que surgió la información. El desplazamiento forzado trajo consigo un río sin peces (el Cauca) e inseguridad alimentaria. Aquí el punto clave es que la mala nutrición en la niñez tiene implicaciones en la salud mental, existe una correlación neurobiológica. Si le sumamos a esto los significados antropológicos de solastalgia (desolación por el territorio) y la falta de comprensión de los médicos occidentales a la hora de atender estos casos, lo que resulta es un coctel peligroso.
“Los gatos en el techo y demás eran unos equivalentes de tristeza, ansiedad o sufrimiento con los que llegaban al médico, quien, a mi modo de ver, desde su baja competencia cultural, veía eso como no problemático”, comenta Agudelo Hernández, quien también es doctor en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud y docente de la Universidad de Manizales. Si el médico occidental les dice a los jóvenes indígenas que llegan a su consultorio que no tienen nada, el siguiente paso es buscar la ayuda de un jaibaná (o chamán). Si, como en este caso, el jaibaná no está cerca (vive en Chocó), desaparecen las opciones, ¿a quién más acuden? “Decir que no tienen nada es prácticamente una condena”.
La investigación
Este trabajo con los Embera Dobidá hace parte de una investigación que se centra en salud mental indígena, desde un enfoque culturalmente sensible y seguro para las comunidades. El proceso, que aún continúa, le apuesta a la creación de herramientas que permitan la identificación temprana de desarmonías espirituales; signos y síntomas que reflejan riesgos para la salud mental y para la integridad de niños y adolescentes. En otras palabras, para que no vuelva a pasar lo que relataron los jóvenes Embera Dobidá. La idea, grosso modo, contempla un panorama en el que los trabajadores de los puestos de salud, cuando se encuentren con un joven indígena que caminó dos horas para llegar a la consulta, sepan cómo preguntarle sus motivos de sufrimiento.
De la investigación, llamada “Creación de un instrumento de salud mental pediátrica en indígenas: un diseño participativo”, surgió la escala de Problemas de Parentalidad, Aprendizaje, Comportamiento, Emociones y Riesgo Suicida -PACES.
Este instrumento indaga no solo conducta suicida, sino también problemas afectivos, comportamentales y de parentalidad en la población pediátrica a partir de los elementos reconocidos por las propias comunidades en las que se aplica. Es una construcción entre los pueblos indígenas de Colombia (Awa, Uwa, Embera, Arahuacos, Wayuu), la academia (Universidad de Manizales) y el Ministerio de Salud y Protección Social.
El estudio se abordó desde un diseño de métodos mixtos, utilizando como enfoque de trabajo la metodología Investigación Acción Participativa (IAP). A continuación, los pasos que enmarcan el proceso:
Para la adaptación del instrumento a la comunidad Embera Dobidá se incorporaron dos preguntas sobre la relación con el territorio y con la familia (resultaron 13 en total, de las 65 que emergieron en la primera versión de la escala). El gobernador realizó la traducción, de modo que el audio de PACES se encuentra disponible tanto en español como en embera, y se creó una estrategia de semaforización para señalar las respuestas con colores, en la hoja de calificación, a medida que avanza el audio.
Los médicos realizan la suma de acuerdo con las respuestas y activan las rutas de salud mental si el puntaje es superior a dos puntos. PACES puede utilizarse, especialmente, en el primer nivel de atención o en entornos comunitarios, en niños mayores de 6 años y sus familias.
Otras fases de la investigación están en curso. Luego de la aplicación de la escala es indispensable saber qué hacer con los resultados. “Ya con la Dirección Territorial diseñamos toda una estrategia para que los niños y jóvenes que tengan alguna alteración, y sus familias, entren a un programa de recuperación basada en comunidad, a través de las artes audiovisuales”, comenta Agudelo.
Artículo publicado en la revista Children and Youth Services Review, con el nombre de Creation of an instrument for pediatric mental health in indigenous people: A participatory design.
Investigador principal: Felipe Agudelo Hernández.
Coinvestigadores: Ana Belén Giraldo Álvarez.
Agradecimientos: a ACICAL, Jaramillo Mecha Chamorro, Nancy Millán y al Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia.
Período de la investigación: En curso. Desde 2023 hasta la fecha.